La maldición del espejo
- María Fernández Galán
- 14 jul 2020
- 1 Min. de lectura
Echaba la culpa al espejo, en cómo sus curvas definidas amenazaban con asfixiarme. Reconocía el reflejo, lo consideraba familiar, pero a su vez estaba tan lejos. Tan lejos que costaba ver la mirada, la mirada perdida. Seguía echándole la culpa al espejo, maldiciendo su presencia y lo que mostraba su alma. Lo golpeaba, cada vez más fuerte. Tan fuerte que mis puños sangraban y mi voz se quebraba de tanto gritar. El espejo seguía intacto, me mostraba una y otra vez ese reflejo, aquel que tanto odiaba y cuya mirada seguía sin reconocer.
Paré de gritar. Dejé de golpearlo. Por un instante
me detuve a observar, a observar el espejo. Deje entreabrir los ojos y de nuevo seguía intacto, pero las curvas que antes temía habían desaparecido. El reflejo se estaba rompiendo, sus manos sangraban, su alma se desvanecía.
El reflejo dejó de serlo para no ser nada. El reflejo había desaparecido.
Entonces comprendí. Dejé de echarle la culpa al espejo. El espejo no estaba roto, lo estaba yo.
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